Sentido de la Vida, Sentido de la Muerte: una reflexión psicoanalítica
Autor: Lic. Hebe Bussolari - Actualizado el 5 de diciembre de 2008
Introducción
La humanidad enfrenta con incertidumbre los cambios que en las últimas décadas trae aparejado el desarrollo tecnológico en el campo de la medicina. Se piensan nuevos problemas con esquemas ideológicos viejos. Pero paulatinamente, el hombre va viendo que éstos no se adaptan a las nuevas situaciones que ha creado y se ve forzado a cambiarlos.
¿Está el hombre obligado a cambiar su modo de ver el mundo, la vida, la muerte, a sí mismo y a sus semejantes, a la rastra de los avances tecnológicos? ¿Hasta dónde podemos llegar? ¿Qué debemos rescatar y qué debemos superar? ¿Cuándo decir basta? ¿Cómo decir basta?
En la sociedad de consumo en la que vivimos, cualquier descubrimiento científico debe ser seguido por una aplicación tecnológica que sea “vendible” y que por lo tanto, lo haga redituable.
En un mundo donde la economía maneja tantos parámetros, se gastan miles en salvar un niño que necesita transplante, mientras otros miles de niños mueren de hambre sin que nadie se espante.
¿Nos preguntamos por qué hay millones invertidos en aparatología sofisticada, mientras muchos mueren por falta de vacunas, antibióticos e incluso alimentos? ¿Nos interrogamos sobre los millones de huérfanos, mientras millones de parejas pagan caros tratamientos para tener su propia prole en un mundo ya sobrepoblado?
¿Por qué nos preguntamos por la salud mental de aquel que pide morir para terminar con un sufrimiento imposible de calmar y no nos preguntamos por la salud mental del que arriesga su vida por parecer más joven o de aquel que quiere seguir viviendo a toda costa, a cualquier precio y de cualquier forma?
Es cierto, son más preguntas que respuestas, pero es lo que suele suceder cuando se enfrentan nuevos campos de pensamiento que nos dan la oportunidad de explorar nuevas respuestas, en lugar de implementar las que ya han sido armadas por otros.
Es largo el camino y muchos los interrogantes. Pero como seres mortales que somos, creo que un buen punto de partida es pensar en el sentido de la vida y también en el sentido de la muerte, ya que éste puede ser un importante punto de intersección entre bioética y salud mental.
La vida humana
Podemos comenzar por preguntarnos sobre el concepto de respeto por la vida humana.
En toda religión, no sólo la judeocristiana, se protege la vida humana como un bien valioso en sí mismo. Y es importante destacar que en la historia de las civilizaciones, aún las sociedades que permitían sacrificios humanos bajo ciertos ritos, penaron el ataque a la vida en determinadas circunstancias.
¿Por qué se da esto? El ser humano se identifica a sus semejantes y al proteger la vida del otro protege al mismo tiempo la propia; al valorar la propia, tiende a valorar la de sus semejantes.
Cuando el hombre justifica el homicidio, es porque esta identificación al otro ha caído, porque alguna diferencia se vive como más esencial que la semejanza que los aunaba. Para algunos será el enemigo en la guerra, para otros el delincuente al que llaman “animal”, marcando así el abismo que sienten que los separa de él.
En psicoanálisis decimos que el ser humano es un parletre, un ser hablante producto del entretejido de elementos reales, imaginarios y simbólicos. Es decir, que es una trama formada por un organismo biológico (real), un cuerpo que le da una imagen de sí mismo (imaginario) y el lenguaje (simbólico) que como veremos lo separa del mundo natural.
El lenguaje y el deseo
El deseo humano no es la necesidad. Biológicamente, el hombre tiene un organismo comparable al de otras especies animales. Pero al estar atravesado por el lenguaje, se establece una diferencia abismal. La existencia del lenguaje produce un quiebre entre necesidad y demanda, y allí se constituye el deseo.
A un bebé, lo hace sujeto el “deseo de la madre” que significa (da significado a) su necesidad como demanda, introduciéndolo en el mundo del lenguaje y, haciéndole perder la naturalidad del instinto, lo integra como sujeto al mundo de la cultura. Pero no debemos olvidar que “deseo de la madre” es una función y como tal puede ser cumplida por la madre tanto como por el padre, un abuelo, una niñera o incluso por el personal de una institución.
Dice Alfredo Eidelsztein siguiendo a Lacan: Es que lo que el significante produjo como pérdida al nivel de la particularidad de la especie, reaparece como particularidad del sujeto. (1) Es por esto, que en los demás órdenes animales lo que se protege es la especie mientras que en el ser humano es el individuo. Se protege la particularidad.
Cuando decimos que estamos “atravesados” por el lenguaje, no nos referimos sólo a la capacidad de pronunciar palabras o de utilizar un determinado lenguaje como el de señas (cosa que puede lograrse de algunos animales), sino a que el lenguaje es el que nos constituye como sujetos, apartándonos irreversiblemente del mundo natural al que pertenecíamos.
La filósofa Marta Lopez Gil lo expresa diciendo “... en el hombre no hay nada natural. Todo está mediado simbólicamente, todo es cultural.” (2)
Es por esto que en el ser humano existen patologías que contradicen aquello que creemos natural. En la anorexia nerviosa, por ejemplo, el paciente se niega a alimentarse y, aunque parezca imposible, no tiene hambre. En lugar del hambre (necesidad de comer) lo que el psicoanálisis descubre es un deseo: “la anorexia es un síntoma de deseo, de un deseo particular del que, siguiendo a Lacan, podemos afirmar es un deseo de nada” (3)
Sentido de la vida
Entre el sujeto y el lenguaje se da una relación dialéctica: el hombre es el único ser capaz de creación en el lenguaje (por ejemplo a través de la metáfora) y en esa creación se crea simultáneamente a sí mismo.
A través de la palabra, el hombre intenta atrapar el sentido. Pero el sentido se escapa, se desliza. Como dice Miller, es “...el sentido que nunca llegamos a capturar, el sentido que cuando lo capturamos por un enunciado, abre siempre una nueva pregunta...” (4) Por eso es tan difícil para cualquiera hablar del sentido de su vida. Porque es una construcción que cada sujeto debe hacer, pero como hay ese continuo deslizamiento, la vida se vuelve como un juego del tesoro en que no existe un objeto a alcanzar. La satisfacción entonces, debe poder hallarse en el recorrido, en la búsqueda misma, en la vía del deseo.
Viñeta
Comencé a atender a Emilio cuando tenia once años y vivía en un Hogar. Había sido abandonado siendo muy pequeño y no tenía ningún familiar.
Según su historial medico: nació con mielomeningocele y numerosas malformaciones. Había pasado ya por once operaciones, incluida la amputación de una pierna. En una transfusión le habían transmitido la hepatitis B. Debía sondearse muchas veces al día para evitar las infecciones urinarias y se le formaban escaras que lo obligaban a permanecer largos períodos en cama. Según los médicos no iba a vivir muchos años.
No podía ir al colegio regularmente, y la indicación de sondearse una vez por hora le hacía difícil compartir juegos y hasta mirar un programa de televisión completo. A sus once años decía: “Para vivir así, mejor sería estar muerto”. Su salud se deterioraba y las escaras e infecciones se sucedían cada vez con mayor frecuencia.
Los dueños del Hogar, preocupados por su salud, me piden que refuerce sus hábitos de cuidado de sí mismo para que cumpla estrictamente con las órdenes médicas.
A partir de entonces comienza un largo recorrido que dará sus frutos.
Paulatinamente, Emilio va despertando como sujeto. Si bien transgrede algunas indicaciones médicas, lo hace defendiendo su derecho a disfrutar algunas prerrogativas. Se interesa más en el estudio y en la lectura.
Comienza a decir “Quiero llegar a ser alguien” ¿No podríamos leerlo como “Quiero dejar de ser algo”?
Cuando los médicos, ya en la adolescencia, deciden amputarle su única pierna, lo consultan. Puesto por ellos, por primera vez, en el lugar de sujeto, acepta, porque ahora piensa que vale la pena estar vivo.
Arma con otros chicos un grupo de rock, escriben sus propios temas y realizan algunas actuaciones en público.
Emilio ya tiene dieciocho años. Está terminando el secundario y sueña con ser musicoterapeuta y psicólogo.
A través del despliegue de la palabra Emilio encontró un sentido a su vida.
El organicismo olvida que un niño necesita algo más que alimentarse y cuidar su cuerpo para vivir. A veces, una indicación médica que tiene por objetivo beneficiar la salud, puede tener un resultado adverso por las consecuencias psíquicas que implica.
En un primer momento, Emilio se encontraba como petrificado por las demandas médicas. Considerando que su cuidado físico ya estaba suficientemente sostenido por los médicos y los dueños del Hogar, decido apostar al deseo y darle la oportunidad de vivir como sujeto y no como un objeto manipulado por otros.
Si bien sigue habiendo quejas y transgresiones, estas no se producen ya desde el lugar de víctima.
La subjetivación del conflicto hace que funcione como motor de vida, mientras que si queda oculto tras el sometimiento puede resultar mortífero. Esto es posible, a partir de la confianza entre los profesionales a cargo. Si el conflicto no es subjetivizado por el paciente, reaparece en el equipo y puede producir estragos.
Antiguamente, se sabía que la medicina no era una ciencia sino un arte. El arte tiene que ver con lo absolutamente singular, único. La producción artística no permite la producción en serie. “La medicina es el arte de adecuar las ciencias y las técnicas biomédicas al servicio de la salud de una persona singular y no del hombre en abstracto.” (5)
Si se practica la medicina como una ciencia, se transforma al paciente en un ser anónimo, en un objeto de laboratorio.
La biología sí constituye una ciencia y debe aportar herramientas a la medicina, ya sea para diagnosticar, curar o prevenir. Pero la medicina no debe olvidar nunca que trata con sujetos y como tales, todos los seres humanos son diferentes.
“...Cuando el médico atiende a su paciente como organismo viviente, incluyendo su subjetividad, se inscribe inevitablemente en una posición asistencial más compleja que lo obliga a pensar estrategias que son únicas para ese caso. Esta posición lo lleva a implicar al paciente y familiares en una postura más activa, así como también a convocar al psicoanalista que pueda escuchar la subjetividad en juego, para intervenir sobre ella realizando su aporte.” (6)
Sentido de la muerte
El ser humano es el único capaz de dar un sentido a su vida, ¿es también capaz de dar un sentido a su muerte?
Viñeta
Yolanda tenía 80 años. Trabajó hasta que, cinco meses antes de morir, enfermó de los pulmones.
Se negó a ser internada. Tanto su médico de cabecera, amigo de toda la vida, como su familia estuvieron de acuerdo.
Se quedó en su casa, en compañía de su hermana, apelando al tubo de oxígeno cada vez que la dificultad para respirar se hacía mayor.
Recibía la visita de sus amigos y parientes. El hombre que la acompañó durante cincuenta años ya no estaba a su lado desde que se lo arrebatara el último infarto.
Siempre fue una mujer activa, elegante y de carácter fuerte. Se negaba a abandonar el whisky de todas las noches y a escondidas, seguía dando pitadas a los cigarrillos que le llevaba una amiga.
Yolanda le dice a su médico: “el día que no pueda ir al baño sola, no quiero seguir viviendo.”
El cáncer ya ha tomado todo un pulmón. Ella sabe que no le queda mucho tiempo pero prefiere no hablar de eso con su familia.
Un día se siente muy ahogada y no logra tenerse en pie sola, por lo que solicita ayuda para ir al baño. Fallece durante esa noche.
Yolanda murió en su casa, cerca de los que la querían.. Para ella la vida era independencia y no estaba dispuesta a renunciar a último momento.
Seguramente tomó su último whisky y fumó su último “pucho” despidiéndose de la vida como la vivió.
¿Decisión de no seguir viviendo en determinadas circunstancias?
Yolanda no pasó sus últimos días conectada a aparatos que nada podían hacer para curar un mal que ya estaba demasiado avanzado.
La proximidad de la muerte nos enfrenta a dos problemáticas: cuándo una enfermedad es terminal o irreversible y sin esperanza y el tema del sufrimiento.
Del primero, podríamos decir que es un tema médico y corresponde a los especialistas ese diagnóstico. Pero no debemos olvidar que cuando un médico dice “sin esperanzas” está refiriéndose al aspecto biológico, científico. Nada impide al paciente o a su familia seguir sosteniendo cierta esperanza. A veces, sólo el sufrimiento hace que la esperanza de curar sea reemplazada por la esperanza de morir: “al fin quedó en paz” suelen decir los familiares con dolor y resignación, pero también con una sensación de liberación que muchos ni se atreven a reconocer.
La problemática del sufrimiento también es importante. Los médicos pueden ser expertos en reconocer y calmar el dolor físico pero muchas veces no saben qué hacer frente al sufrimiento psíquico, que los hace sentir impotentes y confundidos.
Hay personas que profesan religiones que hacen del sufrimiento una prueba de Dios, por lo que el continuar soportando ese dolor tiene un sentido para ellos. Pero, quienes tienen otras creencias, puede que pidan insistentemente morir. Al no poder dar sentido a ese sufrimiento sólo encuentran sentido en evitar más dolor a sí mismo y a sus seres queridos.
También muchas personas que han tenido intentos de suicidio, relatan luego intensos sufrimientos psíquicos que los han llevado a anhelar la muerte. Vemos ahí, sin embargo que es la desesperanza de cumplir un anhelo lo que las mueve. Buscan la muerte más como un medio de escapar de su realidad, que como un fin. Cuando logran encontrar un nuevo sentido a sus vidas, el anhelo de morir desaparece.
El dolor humano no se reduce a un impulso que corre por los nervios hasta hacerse conciente. De ahí la paradoja: un sujeto puede dar sentido a su sufrimiento, mientras otro anhela su propia muerte.
Pero, ¿es posible dar sentido a la muerte?
Para el psicoanálisis no hay representación posible de la muerte; no hay marca posible que nos diga qué es la muerte. No hemos tenido la experiencia ni nadie nos la ha podido trasmitir en primera persona. Es por eso, que el único significado que el hombre puede darle es el de “ausencia de vida”
¿Es factible dar sentido a lo imposible de conocer? No existe saber sobre la muerte. Se nos presenta como algo absolutamente enigmático y extraño, dando lugar a explicaciones míticas y religiosas que intentan vencer la imposibilidad de cubrir ese vacío.
Por lo tanto, no podemos hablar estrictamente de sentido de la muerte, sólo podemos hacerlo en relación al sentido de la vida. Cuando un ser humano cree encontrar un sentido en su muerte es porque ha perdido la esperanza de encontrar satisfacción alguna en su vida.
Debemos recordar siempre que la pérdida del sentido de la vida puede acelerar la muerte, así como encontrar un sentido a la vida puede prolongarla.
Esto es lo que vislumbran los médicos cuando dicen frases como “No creo que pase la noche, está entregado.”, o por el contrario, “Sigue viva porque espera que llegue su hijo de Europa. Si no fuese por eso, hace días que habría muerto.” En su discurso vemos cómo los médicos tienen un saber, a veces inconciente, sobre cómo la vida del hombre puede sostenerse en un sentido que está más allá de lo biológico.
Hay casos, en que los principios bioéticos de beneficencia y no maleficencia entran en conflicto y se hace difícil hallar el equilibrio entre ambos: “El principio de beneficencia (lit. “hacer el bien”), puede o no distinguirse del principio de no maleficencia (lit. “no hacer el mal”), pero ambos son inherentes al ethos de la medicina, están involucrados en la ética profesional en razón de la naturaleza misma de la profesión...” (7)
En el caso de Emilio vimos cómo flexibilizar las exigencias médicas, le permitió recuperar los deseos de vivir y descubrir satisfacciones nuevas, como la lectura, que luego le permitieron cumplir mejor con el reposo cuando realmente era indispensable.
En el caso de Yolanda, no se produjo este tipo de conflictos, ya que todas las partes involucradas (paciente, médico y familiares) estuvieron de acuerdo, en que la internación sería perjudicial para ella.
Es fundamental para una adecuada implementación de los principios de la bioética, tener en cuenta la complejidad psíquica del paciente, así como es importante sostener el valor del diálogo entre los especialistas de las diferentes disciplinas, para lograr un verdadero trabajo interdisciplinario.
Conclusión
Atender pacientes en riesgo de muerte implica, para el profesional, un profundo compromiso subjetivo. Lo obliga a enfrentarse a su propia mortalidad. Le recuerda constantemente que todos somos siempre seres en riesgo de muerte.
Es de vital importancia, cualquiera sea la edad, que el paciente se sienta escuchado, dado que su subjetividad entra en juego en el tratamiento y puede hacerlo en sentido favorable o adverso.
No se trata entonces de cómo evitar la muerte, sino de dar un verdadero espacio al paciente, para que como sujeto tenga la posibilidad de elegir cómo vivir su vida, sabiendo que el fin siempre llega.