El deseo amurallado
Autor: Lic. Hebe B. Bussolari - Actualizado el 13 de marzo de 2009
El deseo amurallado
Cuando me convocaron, hace cinco años, para atender a los chicos de un hogar, la propuesta fue clara: dos sesiones mensuales de 30 minutos cada una, porque es lo que exigen las obras sociales.
En contraposición a la descripción del real de este cuerpo sufriente, me dicen: “Cuando lo fuimos a buscar al hospital, estaba sentado en la cama rodeado de almohadones. Con sus bucles rubios y su mirada fría parecía un rey en el trono. Sigue siendo igual de soberbio. Lo tenemos cortito, pero no hay forma de quebrarlo; él siempre tiene que salir ganando”.
¿De qué ganancia me estaban hablando? ¿En qué podía ganar ese niño que por un lado describían casi como un despojo humano y por otro parecía esconder un poder que provocaba indignación en los adultos encargados de su cuidado?
Primer etapa:
Lo primero que me dice Emilio es: “No pienso hablar”. Significativamente no deja de hacerlo. Entonces, ¿de qué no piensa hablar? Dedica el tiempo a desplegar una serie de comentarios sobre sus anteriores experiencias con psicólogos, que eran varias, y conclusiones muy claras sobre la inutilidad de las mismas. A pesar del “no pienso” es evidente que ha pensado mucho y pronto me irá mostrando que como un pequeño Descartes está convencido que en el “pensar” está su ser.
Freud dice en su texto sobre la negación, que ésta es un modo de tomar noticia de lo reprimido, donde se ve cómo la función intelectual se separa del proceso afectivo.
¿Qué reprime entonces Emilio? Ni el pensar ni el hablar, sino el pensar en hablar de su sufrimiento.
Emilio no es un psicótico. De algún modo la metáfora paterna ha operado, aunque ante la presión y el peso de la demanda del Otro hay un exceso de goce no elaborado.
Cuando llegó al hogar en el que vive actualmente creyó que estaba siendo adoptado, ya que fue el primer integrante del mismo. Pidió ser bautizado y eligió de padrino a Juan, (esposo de la directora del Hogar). ¿Intento de encontrar un padre que represente la ley y acote tanto goce? En su férrea búsqueda del bien de Emilio, Juan refuerza el discurso médico y marca como norma sólo aquello que tiene que ver con las necesidades de su cuerpo, sancionando con un castigo toda trasgresión que pueda remitir al deseo.
Cuando Emilio recuerda un sueño, el texto es sólo una frase “estaba corriendo”. Expresión del cumplimiento de un deseo prohibido, porque de eso no se habla. El solo hecho de nombrar aquello que no puede trae aparejada una catarata de explicaciones médicas por las cuales esto es imposible. “Es mejor que enfrentes tu realidad y la aceptes” le han dicho siempre los adultos. Y como a los planetas, el discurso científico le cerró la boca y lo dejó mudo en relación al deseo.
Los adultos le exigen adaptación y acomodación, pero el deseo no entiende de esos procesos. Su yo solo sabe defenderse haciéndose eco de esos discursos, pero como dice Lacan: “A nivel inconsciente el sujeto miente y esa es su manera de decir la verdad”.
“Estaba corriendo”, este sueño ya es metafórico. Metáfora de todo aquello que le está vedado. Presentificación pura del deseo.
Por esta época Emilio tiene problemas de relación con todos los que lo rodean. Su actitud altiva provoca el rechazo de grandes y chicos.
Comenzó a hacerse evidente un ciclo: durante unos días iba todo bien. Invariablemente rompía alguna regla y en lugar de premio aparecía el castigo. Sin embargo no se angustiaba. No se implicaba subjetivamente en lo que le sucedía. Era como una enfermedad más que debía soportar. Todos los obstáculos los cubría de largas explicaciones muy racionales. Jamás se mostraba dolido o débil. Sin embargo se podía percibir un profundo dolor mudo tras el velo de su suficiencia.
Un día escribe: “La vida es un tornillo, lo apretan, lo apretan y al final se rompe.”. Vivía la vida como un tor-ni-yo, significante en el que vida y muerte quedan amalgamados cuando vivir es un tor-mento, una tor-tura, y el ni-yo, la negación del yo es el único camino a la vista, cuando la única posibilidad de elección es ser duro o romperse. “Para vivir así, mejor sería estar muerto”, decía, sin embargo siempre se ubicaba en el “ser duro” y desde ahí resistía.
De vez en cuando proponía algún juego. Al principio era el ajedrez. “Te voy a hacer bolsa” decía. Cuando veía que iba a perder suspendía y se excusaba diciendo que estaba cansado o no tenía más ganas de jugar.
Este “hacer bolsa” tenía que ver con su historia, la que le habían trasmitido: cuando lo abandonaron lo dejaron tirado en una bolsa de basura. Un día dice: “voy a terminar en la basura como empecé” Resuenan como las palabras de un oráculo. A veces habla de una enfermera que lo llevó a vivir con ella y con la que permaneció desde los dos hasta los seis años, cuando lo devolvió sin que él nunca supiese por qué. ¿Otra vez tirado a la basura?
Dice claramente que se prohíbe encariñarse con la gente porque así después sufre menos. ¿Quién podría amar un deshecho? Instalado en ese lugar de resto se siente preso de un destino. Su historia comenzaba en la basura, antes de eso nadie sabía nada ni él tenía recuerdo alguno. Era una historia a construir y ese proceso pertenecerá a una nueva etapa.
Durante este período mi actitud es de testigo. Dada su posición negativista, me limito a escucharlo o participar de los juegos que propone.
Los dueños del hogar me piden que refuerce sus hábitos de cuidado de sí mismo. Acepto, pero considerando que la búsqueda de ese bien ya está suficientemente sostenida por ellos y resulta mortíferamente aplastante para Emilio, no lo hago. Él se da cuenta. Le explico la regla de confidencialidad y le pido que él también se comprometa a mantenerla. Llamado a la subjetividad que dará sus frutos.
A partir de entonces comienzo a permitirme criticar algunas actitudes intransigentes y persecutorias de Juan. Emilio lo justifica diciendo que hace todo por su bien. Pero, como dice Lacan en el Seminario VII, la dimensión del bien levanta una muralla en la vía del deseo.
Segunda etapa:
Han pasado más de dos años.
Emilio comienza a angustiarse por la falta de recuerdos. Le ofrezco mostrarle lo que hay en los legajos. Pasan varios meses antes de que se anime a enfrentar eso de su historia que quedó escrito. Se trata de una hoja manuscrita en la que una asistente social dejó asentado que fue llevado al hospital por su madre en estado de abandono y luego no va a retirarlo. Dice que esto se repite varias veces hasta que, cuando tenía dos años, interviene un juez y queda bajo su tutela.
Emilio no me pide que se la lea aunque dudo que entienda bien la letra. Cuando levanta la mirada de la hoja dice con anhelo: mi mamá me dejó en el hospital a los 4 años, ¿porqué me habrá abandonado? Hago caso omiso del error, ¿error o acto fallido en la lectura? (Cuando el texto dice 4 años, se refiere al tiempo en que tuvo la guarda la enfermera y no a la edad en que fue abandonado) A su pregunta respondo que tal vez nunca lo sabremos pero que es posible que su mamá no supiese cómo cuidar de él. “Viendo que tenías tantos problemas físicos tal vez haya pensado que los doctores sabrían mejor cómo ayudarte”, le digo. Intento darle al abandono la posibilidad de ser leído como un acto de amor y no de rechazo. Él acepta. Cuando me voy, escucho que está contando a sus compañeros el descubrimiento.
Aparece un nuevo juego: repara objetos o los desarma y fabrica otros cuyo funcionamiento muestra con entusiasmo y orgullo. ¿Hace con ellos lo que los médicos con su cuerpo?, ¿lo que nosotros con su historia?
Relata una imagen que se le presenta reiteradas veces y que no sabe si es un recuerdo o un sueño: por entre unos barrotes, que cree son de una cuna, ve a una señora que está de pie a cierta distancia. No logra verle el rostro, no sabe si está de frente o de espalda, pero escucha su propia voz diciendo “mamá”. Se pregunta si algún día podrá encontrarla.
Comienzan a evidenciarse algunos cambios: por primera vez se pone en serie con los demás chicos del Hogar; continúa transgrediendo las normas relacionadas con su cuidado, pero ahora esconde las evidencias y miente, lo que provoca mayor indignación y rechazo en los otros; ya no se muestra indiferente y los adultos se quejan porque está contestador y rebelde.
Se integra al hogar una nena con retraso mental, que con su simpatía conquista a todos. Sorpresivamente, se producen desórdenes y destrozos durante la noche. Al ser una situación nueva se responsabiliza a la recién llegada. Él se muestra indignado con la pequeña y recomienda que la “devuelvan”. Al fin es descubierto y se muestra confundido. Es el momento en que los celos y la rivalidad imaginaria hacen su aparición.
Van ingresando más chicos. Se producen entonces algunos episodios que ponen en peligro su permanencia en el Hogar. Un compañerito lo acusa de demandas y amenazas que hacen pensar en un intento de abuso. La posibilidad del “traslado” comienza a pender sobre él y éste pasa a ser el nuevo nombre del abandono. Sin embargo no se angustia. Por el contrario dice que preferiría estar en un Hogar más grande, donde no estén tan pendientes de él y controlándolo todo el día.
Es este un período muy difícil. Emilio remite los distintos incidentes a impulsos que no puede controlar. Relacionamos éstos con situaciones que ha vivido pero le marco que nada de eso justifica que perjudique a otro. Intento no culpabilizarlo pero sí responsabilizarlo por sus actos. Intercedo con los responsables del Hogar para que no lo deriven pero no intervengo respecto de las sanciones.
En esta etapa aparece un intento de barrar al Otro, pero en este primer movimiento solo logra identificarse al Otro gozador.
Paulatinamente, esta posición irá cediendo.
Tercer etapa
Emilio ya tiene 14 años.
Como debe permanecer en cama durante semanas, le presto novelas policiales y comienza a interesarse en la lectura. Se entusiasma también con la serie de Harry Potter.
Su actitud frente al estudio cambia. Comienza a esforzarse y dice que quiere llegar a ser “alguien”.
Debe someterse a una nueva operación y los médicos lo consultan, ya que deberán amputarle su única pierna. Después de tantas operaciones, por primera vez tiene miedo de morir. Como dice Freud, la angustia de muerte debe concebirse como un análogo de la angustia de castración.
Durante este período de internación, se lleva para leer el cuarto tomo de Harry Potter. Médicos y enfermeras lo comentan con él. Por primera vez se siente uno más en la serie de los humanos, ya que ha leído varios artículos sobre el éxito del libro en todo el mundo.
Su doctor le dice: “¡Ya tenés el último tomo, yo todavía no lo pude comprar! Emilio le responde que si quiere se lo presta. El falo comienza a circular. Por primera vez un Otro demuestra no tener y desear algo que él tiene.
Durante los siguientes dos años continuará leyendo y estudiando. Como le gusta cantar participa en algunas peñas. Comienza a intentar aprender guitarra. Con un compañero del Hogar, mayor que él, y otros chicos conocidos, arman un grupo de rock y empiezan a escribir sus propios temas. Realizan algunas actuaciones en público. Se lo ve feliz. La escara no ha vuelto a aparecer.
Es el inicio de un proceso de sublimación, mecanismo por el cual, al decir de Lacan, los elementos a , elementos imaginarios del fantasma, llegan a recubrir, a engañar al sujeto, en el punto mismo de das Ding, elevando un objeto a la dignidad de la Cosa. Un objeto puede cumplir esa función que le permite representar la Cosa, en tanto ese objeto es creado, creación ex nihilo que permite a lo bello ser cobertura de lo verdadero.
Emilio ya no está paralizado por el dolor ni por la demanda del Otro. Ha iniciado un recorrido que lo ayuda a soportar ese vacío que antes estaba en el mundo y ahora está en él. Recorrido que, bordeando ese vacío, le permite estar vivo como sujeto de deseo.
La vida ya no es para Emilio un tornillo, ahora dice: “Cuando pienso en la vida se me presenta la idea de la muerte, vida-muerte, todo lo vivo muere, pero no importa porque estoy viviendo el momento más hermoso de mi vida.” Los significantes vida y muerte ya no están holofraseados, en el espacio que se abrió entre ambos está ahora este nuevo sujeto que, ahora sí, corre en pos de su deseo.
Recorrido de la transferencia
Al principio Emilio permanecía en una actitud de rechazo y desconfianza. No había ningún tipo de demanda. La demanda venía del Otro y eso también lo dejaba ubicado en la posición de objeto. Solo decía no querer hablar o hablaba de lo inútil de mi intento. La posición de aceptar su “silencio” y continuar viéndolo una y otra vez sin demandar nada (él decía: “todos los psicólogos vienen dos o tres veces y después no aparecen más”) permitió que se instalase la transferencia imaginaria.
Aparecen los reproches: A vos no te importa nada de mí; vos venís nada más que porque te pagan; lo que yo te diga vas a ir a contárselo a ellos; vos escribís todo lo que te digo en la carpeta. ¿A quién van dirigidas estas acusaciones? Seguramente a un Otro que no supo acogerlo, ampararlo o que después de hacerlo lo traicionó, ¿lo abandonó?
Lo escucho imperturbable, pero una y otra vez me diferencio: no acepto atender a un paciente que no me importa; me pagan porque es mi trabajo y estudié esto porque es lo que realmente deseo hacer; nada de lo que dice será repetido. Llego a mostrarle su carpeta para que compruebe que lo que escribo ahí no es lo que él me dice sino comentarios lo más general e inespecífico posible.
Cuando le pido que él también cumpla la regla de confidencialidad hay un cambio rotundo. Momento de constitución de la transferencia simbólica a partir de su aceptación, que puede ser leída como un acto después del cual ya no será el mismo. “La transferencia es una sustitución de lugares donde el sujeto deviene deseante, encontrando el objeto a como causa de su deseo” (1)
En un momento Emilio dice: “Lo que yo siempre soñé es que me adopten, tener una familia ¿por qué no me adoptás vos? Si me quisieras, me adoptarías.” Momento de vacilación de la analista cuyo “yo” quiere amarlo y protegerlo pero sabe que su deseo es otro: responder desde la falta. “El paciente espera del analista que hable y a su vez que no conteste a la demanda” (1). Es desde este saber que le respondo que no estoy ahí para adoptar un hijo sino para escucharlo y que ésa es la ayuda que puedo ofrecerle. “Lo que el analizante pide no es lo que el analista ofrece” (1). Emilio no se enoja, lejos de eso parece tranquilizado con la respuesta.
Rehusamiento del analista que rompe con el intento de complementariedad al que lleva la transferencia imaginaria y haciendo aparecer el “No hay relación sexual”, lo abre a la pregunta por su propio deseo atemperando el goce.
Lic. Hebe Bussolari
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