El valor del dinero en cada cura
“El camino del analista es diverso, uno para el cual la vida real no ofrece modelos” S. Freud. Puntualizaciones sobre el amor de transferencia
Autor: Guillermo Cichello - Actualizado el 5 de enero de 2010
Lacan propuso el concepto de deseo del analista como un modo de indicar que para que la cosa funcione en un análisis (entre otros muchos asuntos, claro) los deseos del analista deben quedar en suspenso, no desconocidos –negados, reprimidos- porque eso los potencia neuróticamente, sino admitidos pero sin fundar sus intervenciones. Todos sabemos que un paciente nos puede generar odio y que no hay que poner el grito en el cielo por eso, pero también sabemos que en esos casos es mejor estar atento, no vaya a ser que la dirección de nuestras intervenciones se nutra de esa fuente. Otro tanto puede decirse del amor, de la apetencia erótica, etc. Que el analista se haga el muerto –como decía Lacan- no quiere decir que trabaje en un letargo anestesiado ni que eso sea lo esperable para que el análisis cumpla su cometido (la habitual proximidad entre la in-analizada abstinencia sacerdotal y los desbordes perversos constituyen prueba a contrario sensu). La neutralidad de la que hablaba Freud abreva exactamente en la misma problemática cuestión: procurar que el analista no intervenga desde su “subjetividad”, digamos así, desde sus afanes personales, sus pasiones, sus preferencias morales, sus ideales, su predilección por ciertos modos de gozar, sus antipatías acérrimas, cuestiones todas –repito- perfectamente legítimas como constituyentes que son de su condición humana, pero que devienen en una considerable complicación cuando el Diablo mete la cola y, Dios mediante, aparecen en el fundamente de una interpretación, de un corte de sesión, del tono con el que habla de ciertos temas, del modo en el que pone a jugar sus honorarios, que es justamente este último asunto el que quiero esbozar muy brevemente.
Parto de una cuestión básica: el dinero instituido como pago no constituye un elemento neutro, irrelevante, ajeno a la experiencia de cada análisis. Es un significante que se inserta en el conjunto de esa experiencia y permite considerar su valor para cada paciente en particular y, en consecuencia, pensar singularmente los modos de abonar los honorarios, su incremento, las deudas que se decide asumir, los incumplimientos de los pagos, etc.
“Ahora puede aumentarme los honorarios”, repitió en varias oportunidades una paciente tras haber atravesado dos o tres situaciones difíciles. Entre tantos con problemas para pagar ¿qué mejor proposición para cualquier analista?: ¡alguien que pide pagar más! No es del todo insensato pensar la cuestión como la verificación de un alivio del sufrimiento y un reconocimiento expresado en el intento de pagar con dinero –creo que algo de esto tuvo su ingerencia en el pedido-, pero me fue imposible no insertar esta cuestión en el conjunto de situaciones relatadas en las cuales el dinero intervenía con los hombres, de modo de quedar siempre ubicada ella con un saldo acreedor. La cosa tenía su historia: tras la separación, la madre no le había reclamado a su padre dinero por alimentos –cuando nada hacía suponer indigencia alguna en éste-; luego había formado pareja con otro personaje a quien sus dichos ubicaban claramente como un “vividor”, al que sostenía económicamente desde hacía muchos años. La repetición repartió las cartas y la vida la puso en situación de jugar en el lugar que había “mamado”, esto es: de “banca”. En efecto, tanto con su marido, con su exmarido, con clientes que demandaban su trabajo, ella ubicaba las cosas de modo tal de situar en el otro una carencia y una demanda de dinero, a las que ella acudía. El libreto parecía repetir una y otra vez que los carentes hombres no pueden, no tienen y que necesitan su dinero para vivir. Sin perjuicio del conjunto de quejas y reproches que le generaban algunas de estas coyunturas, lo cierto es que con su condescendencia más o menos explícita, ella perpetuaba el dominio fálico sobre los hombres y mantenía a raya el toparse con un elemento desestabilizador: que algo de la potencia quede ubicado, al menos una vez, del lado del hombre y, en consecuencia y como contrapartida, ella en la posición de espera, de deuda, de demanda.
¿Cómo no evaluar esta cuestión a la hora de decidir la oportunidad de aumentar los honorarios? El hecho de no satisfacer su demanda, dilatando el asunto para más adelante, no sólo hizo emerger la angustia ante el encuentro, en transferencia, con una posición no esperada del otro (“¿y este qué quiere?”), sino que permitió ir desplegando las razones inconcientes de su habitual evitación. Creo que ese encuentro transferencial permitió que ensayara nuevas respuestas ante lo enigmático del otro, sin precipitarse a pagar según los dictados de su acostumbrado libreto fantasmático.
Si uno como analista evalúa los honorarios exclusivamente con parámetros ajenos a la experiencia de cada análisis (por ejemplo, el aumento del costo de vida del mes de marzo o de la expensas del consultorio o la disminución de sus pacientes -“entonces, le cobro más a los que están”- o la necesidad de dinero para saldar, por fin, el crédito hipotecario -noten que entre las cuestiones ajenas al análisis ubiqué lo que le sucede al psicoanalista como sujeto-), lo más probable es que erre más de la cuenta en el modo, la oportunidad y los efectos que ese significante tan especial (“el más aniquilador de toda significación”, como Lacan definió al dinero) tiene en el contexto de cada cura.