Supervisión y análisis personal


Autor: Lic. Norma Beatriz Vallone

Las semejanzas y diferencias entre supervisión individual y análisis personal dan cabida a diversos interrogantes, dignos de explorar y recorrer. La suposición de saber constituye una herramienta indispensable para inaugurar y operar en ambos dispositivos. No obstante, ¿por dónde transita la diferencia entre uno y otro?

Freud en su momento comparó al análisis con el noble juego del ajedrez, por cuánto sólo es posible que algo de un saber sea sistematizado acerca del comienzo y del final, pero no del devenir. .

¿Qué ocurre con la supervisión? ¿Podemos decir siempre acerca de los inicios y de los finales? Seguramente las respuestas se barajarán conforme al estilo y al marco teórico detentados.

La presentación del material concierne al inicio. Pero, ¿cómo hacerlo? ¿El analista tiene que ir sólo con lo que recuerda o acreditar anotaciones; mencionar sólo los síntomas o citar dichos textuales del paciente…?

Si, siguiendo a Lacan pensamos al inconciente estructurado como un lenguaje y al sujeto como un significante que representa a otro significante, difícilmente pueda aprehenderse la lógica de un caso sin la letra del paciente, escrita o recordada. Pero, ¿es ese el caso? Gerardo Pascualini esboza una respuesta: “la supervisión no es del ‘caso’, sino del analista, parto de la idea que aquél está perdido”. (“La dirección de la supervisión” en “El control, cuestión para analistas”, compilación de Diana Voronovsky) Lo perdido siempre tiene un borde y en el borde podemos ubicar a la letra.

El supervisor escucha algún enunciado del paciente supervisado pero también, y en el mejor de los casos, la enunciación del analista. Los fallidos del analista, sus olvidos, cambios en la entonación, etc. constituyen la estofa de aquello que está en juego en el dispositivo. ¿Queda habilitado entonces el camino a la interpretación del colega? Continúa Pascualini: “Si esa práctica tiene algo de psicoanalítica, se va a tener que producir algo del orden de la interpretación, que se leerá como efecto, allí donde se pueda reabrir un recorrido que se marque como nuevo” La oración “algo del orden de la interpretación” conduce al supervisor a apelar a su creatividad, no sin la cautela indispensable para dimensional la índole del lazo transferencial existente con el analista supervisado. Lo expuesto se aproxima al famoso “influjo analítico” sobre los padres, recomendado por Freud a los analistas de niños en la Conferencia 34. Una supervisión eficaz es aquella que propicia que el analista detecte los puntos ciegos a tratar en su análisis personal.

Entonces, ¿queda vedada al supervisor la posibilidad de la sugerencia? No necesariamente, así como Freud distinguió el oro de la interpretación del cobre de la sugestión en el marco del análisis, algo similar puede pensarse en relación a la supervisión. El eje -oro- de la supervisión consiste en identificar el lugar del analista en la cura y sus obstáculos concomitantes para operar. No obstante, la práctica puede matizarse con alguna sugerencia -cobre- sobre el saber hacer, allí donde el analista obturado en su escucha, necesita relanzar su deseo de analizar.

¿La supervisión tiene una dirección? Opina Pascualini que sí, que las supervisiones, “al igual que la cura, tienen una dirección” Esta afirmación habilita el paso a otras disquisiciones que incumben a la dimensión temporal. ¿Cuándo supervisar? ¿Al inicio del tratamiento? ¿Cuándo se produce un obstáculo? ¿Cuándo la cura se ve amenazada por la posibilidad de una interrupción? Afirma Elida Fernández que: “nos enfrentamos al hecho que aquí y ahora, desde hace tiempo, la supervisión ha dejado de ser una experiencia sostenida... para ocupar el lugar, en la mayoría de los casos, de un pedido de ayuda urgente a alguien con quien no se estableció ningún lazo transferencial previo, sólo cuando análisis y/o analizante corren peligro” (¿Supervisión? Imago Agenda. Nª 62 de Agosto de 2002)

La supervisión en los inicios de un tratamiento opera en la línea de la anticipación con respecto al diseño de la dirección de la cura. La urgencia, en cambio, conduce al analista a repensarla y a veces a modificarla, depositándolo, por ende, en el terreno de la retroacción. Supervisar demasiado tarde conlleva el riesgo de quedarse pensando sobre el paciente cuando éste ya ha dejado de serlo.

Para cerrar, alcanzo unas palabras, quizás polémicas, del autor mayormente referido en este texto, Gerardo Pascualini: “tanto en una supervisión como en un psicoanálisis, en general se hace lo que se puede y no lo que se debe”. Si de la praxis del analista se derivan consecuencias para la vida de sus pacientes, la supervisión adquiere un carácter rigurosamente ético. Pero es de recordar que para los analistas, ética y técnica van al unísono. La técnica, en tanto solidaria de la singularidad, excluye toda posición superyoica que, antes que despejar obstáculos, los genera.

Muchas gracias.



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